Descarbonización

Con la generación desaforada de desperdicios, abandono de plásticos, uso de energías fósiles, sobreexplotación de recursos… agotamos el capital natural del que, por otro lado, queremos disfrutar.

Afortunadamente, la incoherencia empieza a resolverse: desarrollo sostenible, consumo consciente, economía circular, Horizonte 2030… Iniciativas que se hacen realidad, aunque más lentas de lo que la Naturaleza precisa.

La conciencia de nuestra huella ecológica ha crecido a la par que el conocimiento sobre las consecuencias del cambio climático y el daño causado al planeta. Y lo ha hecho de tal manera que se llega a hablar de ansiedad climática. Aunque lo verdaderamente importante es ocuparse, no solo preocuparse. Es una cuestión de justicia climática.

Datos, reflexiones, proyectos. El conocimiento nos puede ayudar a encontrar el camino. Vamos a ello.

La compensación de emisiones de CO2. La penitencia de la culpa ambiental

Océanos, bosques y suelos son depósitos naturales de CO2. Pero pongamos por ejemplo la vegetación. La materia orgánica de los bosques, al absorber CO2 mediante la fotosíntesis, se convierte en un almacén de carbono y, como tal, este reservorio se transforma en un sistema que tiene la posibilidad de acumular carbono. Esta fijación orgánica es lo que se conoce como “secuestro de carbono“. La intención es que las plantas acumulen más CO2 del que liberan.

¿Cómo conseguir esto? Manteniendo y aumentando la masa vegetal mediante los llamados programas de compensación de emisiones en su vertiente estatal y empresarial, como es el caso de la adquisición de créditos de carbono, o la selección de servicios y productos por parte de los consumidores que estén asociados a la plantación de árboles.

Este tipo de proyectos deben estar verificados por estándares del Mercado Voluntario de Carbono.

Existen innumerables proyectos asociados a la compensación mediante plantación de árboles y también muchas voces críticas contra reforestaciones masivas en ecosistemas no boscosos.

Las acciones de plantaciones masivas, surgidas a partir de la iniciativa de Davos, son cuestionadas por ejemplo por Víctor Resco de Dios, investigador en Agrotecnio, en la Universitat de Lleida, quien asevera en The Conversation: “El cambio climático requiere una respuesta inmediata que un árbol recién plantado tardará años en dar”. Y esto porque entiende que plantar un billón de árboles es contraproducente en la lucha contra el cambio climático por varias razones: el lento crecimiento de los árboles hasta que sean eficientes como limpiadores de la atmósfera; la liberación de CO2 durante la plantación; la posibilidad de abandono de estas repoblaciones debido a los altos costes de su mantenimiento.

Esta idea está avalada por otros estudios como el Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático o por Jordi Vayreda del CREAF al sostener que ayudar al planeta pasa antes por reducir las emisiones por parte de los humanos que por plantar árboles.

No nos olvidemos de que un árbol recién plantado necesita una media de 10-15 años para realizar una captura de CO2 significativa. Y en espacios áridos, aún más.

De ahí que sean muy importantes los proyectos de gestión forestal, aquéllos que buscan que los árboles existentes no se pierdan ya que con eso liberarían el carbono acumulado a lo largo de su vida. Y eso no lo queremos ¿verdad? 

¿Sabes que según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, un solo olivo centenario aporta el oxígeno necesario para 4 personas en un día? Pues resulta que, aquí en España, desde la pequeña localidad turolense de Oliete, Apadrinaunolivo.org promueve el mantenimiento de estos árboles centenarios. Es uno de las muchas actuaciones de recuperación paisajística que existen, ligadas además al entorno social y económico de la zona.

Por otro lado, muchos afirman que sería mejor que los esfuerzos contra el cambio climático tuvieran el foco en reducir las emisiones de CO2 en lugar de compensarlas. El mismo director de Atmosfair, la organización alemana de compensación de emisiones de vuelos comerciales, Dietrich Brockhagen afirma que “compensar es la tercera opción, después de eliminar y reducir”. Y es que la compensación no cambia las fuentes reales de CO2, por lo que no puede resolver por sí misma el problema climático, aunque es innegable su importancia y trascendencia para el reajuste del sistema.

Muchas acciones de compensación se interpretan como greenwashing. No se trata de cuestionar los procedimientos de las empresas hasta que consigan implantar la tecnología necesaria para hacer frente a sus emisiones. Se trata de que sean transparentes con sus acciones y objetivos para alcanzar las emisiones cero netas. Y es que, según la filosofía moral de Kant, se actúa por buena voluntad cuando se hace por el deber y no por responder a intereses. 

Eliminar, reducir y compensar son acciones tan necesarias como complementarias. Y el ideal que se persigue, su fin último, es que una empresa opere de tal manera que no sea necesario compensar nada.

Empresas y personas contra el cambio climático. La reducción de gases de efecto invernadero

Si con la compensación, la idea que prima es la reparación del daño ambiental ocasionado, con la reducción de emisiones asistimos al resultado de una serie de acciones de eficiencia energética, sustitución de tecnología y cambio de hábitos. 

Según el Protocolo de Gases de Efecto Invernadero (GEI), las emisiones de gases de efecto invernadero se clasifican en tres grupos o «alcances»:

  • Alcance 1: emisiones directas de fuentes propias o controladas como las generadas por el combustible de vehículos propios, por ejemplo.
  • Alcance 2: cubre las emisiones indirectas procedentes de la energía adquirida y consumida por la empresa como es el caso de la electricidad y su utilización en calefacción y refrigeración, entre otros.
  • Alcance 3: incluye el cálculo del resto de emisiones indirectas que están en la cadena de valor de la empresa pero sobre las que esta no tiene control. Es el caso de productos y servicios comprados, viajes de negocios, transporte y distribución, desplazamiento de la plantilla, eliminación de residuos o uso de productos vendidos.

Para muchas empresas, la posibilidad de reducir emisiones de CO2 se encuentra fuera de sus operaciones. De ahí la importancia de medir las emisiones de Alcance 3. Entre otras ventajas, permite identificar el nivel de sostenibilidad de proveedores para hacerles partícipes de iniciativas medioambientales, reconocer oportunidades de eficiencia energética (y, en consecuencia, de reducción de costes) o hacer visible el compromiso con la plantilla de la empresa reduciendo las emisiones de desplazamientos y viajes de negocios.

Cuando hablamos de reducir hemos de tener claro que las empresas, en un mundo comercialmente globalizado, no pueden evitar, por ejemplo, muchos de sus viajes de negocios en avión. Y, ya puestos en este medio de transporte, se trata menos aún de juzgar a una persona que desee desplazarse en avión sean sus razones familiares, de ocio, económicas, solidarias o de distancias, por ejemplo.

Bajo esta filosofía,  Avikor es una de las soluciones para la reducción de las emisiones de CO2 de los vuelos de empresas y particulares. A través de su plataforma web  podemos adquirir el biocombustible de aviación (SAF) que deseemos y que sustituirá al queroseno de orígen fósil. Además de esta vía directa, pone a disposición de agencias de viaje y OTAs la posibilidad de integrar el sistema Avikor en sus plataformas, invitándolas a que actúen como facilitadores del modelo. Y eso es compromiso del bueno.

Si una empresa opta por la reducción, está eligiendo un cambio de valores para afrontar activamente el papel que desempeña en la crisis climática.

En definitiva, la buena voluntad es necesaria, pero no suficiente. Así que vayamos con orden en nuestro compromiso medioambiental: evitar, reducir, compensar.