La dimensión histórica del paso a la sociedad industrial tiene su proyección en las sucesivas revoluciones industriales que propiciaron las transformaciones tecnológicas y que dieron lugar a importantes cambios políticos y económicos. Al unísono, los procesos de producción en las fábricas, el desarrollo del transporte y el consiguiente uso de los combustibles fósiles, han sido las causas del incremento de la contaminación atmosférica.
Como las dos caras de una moneda, lo que propició el estado del bienestar en los países occidentales también dio lugar a la contaminación atmosférica por fuentes antropogénicas. Esta contaminación, derivada de las actividades humanas, se suma a las derivadas de fenómenos naturales tales como erupciones volcánicas, actividades sísmicas, incendios, fuertes vientos o transporte de partículas procedentes de regiones áridas. Este último es el caso del episodio de calima que, en marzo de 2022, ha creado un manto de polvo sahariano sobre la península ibérica a raíz de la borrasca ‘Celia’, fenómeno que ha elevado hasta en 15 veces ciertos niveles contaminantes. Pero es una situación transitoria.
Lo cierto es que, en ausencia de este tipo de fenómenos, el bruto de contaminantes de las zonas urbanas procede de las emisiones del tráfico rodado, en primer lugar, de la industria, construcción, gestión de residuos, electricidad y calefacción o transporte marítimo, además de emisiones aéreas.
En conjunto, las consecuencias son el aumento de la mortalidad, de muertes prematuras -con una pérdida media de esperanza de vida de 2,9 años-, de morbilidad y bajas laborales. Y con ello, los costes económicos asociados.
Está claro que, además de ser un problema medioambiental, la contaminación es un desafío sanitario.
¿Podemos hacer algo?
El 90% de la población mundial respira aire sucio en algún grado. En 2019, la Agencia Europea de Medio Ambiente estimó que habían fallecido más de 300.000 personas en UE por esa causa.Y ese mismo año, el 99% de la población mundial vivía en lugares donde no se respetaban las directrices de la OMS sobre la calidad del aire. La Organización Mundial de la Salud atribuye, en todos los países, nada menos que 7 millones de muertes prematuras. Y alerta de que 1,8 mil millones de niños y niñas respiran un aire tan contaminado que su salud y desarrollo se ven en grave peligro.
El impacto de la mala calidad del aire en la salud humana es de gran alcance. Su potencial es reconocido por las Guías de Calidad del Aire de la OMS publicadas en septiembre de 2021, por cierto, no vinculantes. En términos generales, afecta principalmente al sistema respiratorio y cardiovascular, y también está asociado a osteoporosis, infecciones o fallos renales, al aumento del riesgo de enfermedades mentales y al detrimento de la salud perinatal.
Aunque la advertencia lleva su tiempo en el aire. En 2012, el informe “Cambio Global España 2020/50. Cambio climático y salud” del Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental recogía que la polución del aire y el cambio climático están relacionados entre sí, al afirmar que las emisiones a la atmósfera relacionadas con el cambio climático pueden agravar los efectos de la contaminación del aire sobre la salud de los ciudadanos.
A finales de 2017, la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) y la Comisión Europea pusieron en marcha un nuevo Índice europeo de Calidad del Aire (ICA), que permite a los usuarios comprobar su calidad en las más de 2.000 estaciones de medición repartidas por toda Europa.
En España, las estaciones de medición de la red nacional de vigilancia lanzan los datos en tiempo real determinando 6 categorías de calidad del aire: buena, razonablemente buena, regular, desfavorable, muy desfavorable y extremadamente desfavorable. El Índice Nacional de Calidad del Aire incluye también recomendaciones sanitarias para la población.
La calidad del aire en general, y la de las ciudades en particular, se degrada si la concentración de los contaminantes atmosféricos supera los valores establecidos. Un fenómeno que repercute directamente sobre la salud de las personas y sobre el que se establecen unos valores límite que, de superarse, da lugar a los umbrales de información y de alerta, en el caso más grave.
La mayoría de las fuentes de contaminación del aire exterior están más allá del control de las personas.
Ignorar el coste humano que supondrá retrasar la puesta en marcha de medidas para disminuir las emisiones contaminantes, es condenar de forma prematura a casi 153 millones de personas. Es la cantidad que apunta el estudio dirigido por la Universidad de Duke (Carolina del Norte, EEUU) y publicado en Nature Climate Change.
Eso en cuanto a salud humana. Porque la contaminación atmosférica supone el 0,3 del PIB mundial en gastos sanitarios, además de la reducción de la eficiencia laboral.
Atendiendo al análisis de la ONL europea HEAL, una reducción en la emisión de gases con efecto invernadero, teniendo en cuenta los costes en salud, supondría un ahorro entre 10.000 y 30.000 millones de euros.
Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, aparecen la defensa del medio ambiente, la acción por el clima, el diseño de nuestras ciudades, la salud y el bienestar.
De acuerdo con ONU, las ciudades, que solo abarcan el 2% de la superficie terrestre, consumen el 78% de la energía mundial y producen más del 60% de las emisiones contaminantes. Y se prevé que en 2050 habrá 2,5 mil millones de personas más residiendo en áreas urbanas.
Necesitamos transformar nuestras ciudades.
Muchos apuntan a políticas en los sectores del transporte y la industria, la generación de electricidad, gestión de desechos y la misma planificación urbana.
En este sentido, y en lo que respecta al tráfico rodado, el de mayor impacto urbano, las medidas más efectivas aplicadas en las ciudades más avanzadas, son:
Crear paisajes urbanos más saludables es una obligación para antes de ayer. La contaminación atmosférica es un asesino invisible. Sus víctimas no.